La idea original parte de la relación existente entre el pensamiento dentro del juego del ajedrez y el que utilizamos en nuestra vida cotidiana. Las decisiones que tomamos durante la partida se asemejan a esas otras que marcan nuestro sino. Las tomadas en la infancia, las meditadas durante largo tiempo, las que no resultaron como pensábamos, aquellas que nos han marcado, la jugada que nadie entendió, aquellas que parecían pequeñas, la que no tomamos, o las que tomamos con la vida ya avanzada. Todas tienen su reflejo en el tablero de ajedrez. 

Con este planteamiento de fondo se trata de crear un laboratorio de ensayo donde poder observar esta analogía, sus matices y sus implicaciones. Para esta tarea contaremos con la participación de ajedrecistas de distinto nivel y características personales, los acompañaremos durante su intervención en un torneo y, posteriormente, nos contarán aquellas decisiones que forman parte de su vida, cómo las abordaron, cómo se sintieron o qué les supuso. Esos caminos que tomaron y aquellos que abandonaron.

Esos caminos que abandonaron y aquellos que tomaron nos llevan al título de nuestro trabajo El jardín de senderos que se bifurcan. Detrás de este título camina un cuento de Borges escrito en 1941. En palabras de su autor es una parábola, o quizás una adivinanza, sobre el tiempo y sus infinitas series: 

“Una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades” 

Así recorreremos en nuestra andadura las líneas que nunca existieron en una partida de ajedrez o en la vida, y también las que juntas conforman nuestra situación presente.